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- Saulo estaba allí, dando su aprobación a la muerte de Esteban.
Persecución de la Iglesia
- Aquel mismo día se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén.
Todos los fieles, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.
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- Unos hombres piadosos enterraron el cuerpo de Esteban y lloraron sentidamente su muerte.
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- Mientras tanto, Saulo asolaba la Iglesia: irrumpía en las casas, apresaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel.
II.— TESTIGOS EN JUDEA Y SAMARÍA (8,4—12,25) Evangelización de Samaría (8,4-40) Felipe en Samaría
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- Los discípulos que tuvieron que dispersarse iban de pueblo en pueblo anunciando el mensaje.
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- Felipe, en concreto, llegó a la ciudad de Samaría y les predicaba al Mesías.
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- La gente en masa escuchaba con atención a Felipe, pues habían oído hablar de los milagros que realizaba y ahora los estaban viendo.
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- Hubo muchos casos de espíritus malignos que abandonaron a sus víctimas lanzando alaridos;
y numerosos paralíticos y cojos fueron también curados,
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- de manera que la ciudad se llenó de alegría.
Simón, el mago
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- Desde hacía tiempo, se encontraba en la ciudad un hombre llamado Simón, que practicaba la magia y tenía asombrada a toda la población de Samaría.
Se las daba de persona importante
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- y gozaba de una gran audiencia tanto entre los pequeños como entre los mayores.
“Ese hombre —decían— es la personificación del poder divino: eso que se llama el Gran Poder”.
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- Y lo escuchaban encandilados, porque durante mucho tiempo los había tenido asombrados con su magia.
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- Pero cuando Felipe les anunció el mensaje acerca del reino de Dios y de la persona de Jesucristo, hombres y mujeres abrazaron la fe y se bautizaron.
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- Incluso el propio Simón creyó y, una vez bautizado, ni por un momento se apartaba de Felipe;
contemplaba los milagros y los portentosos prodigios que realizaba y no salía de su asombro.
Pedro y Juan en Samaría
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- Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que Samaría había acogido favorablemente el mensaje de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan.
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- Llegaron estos y oraron por los samaritanos para que recibieran el Espíritu Santo,
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- pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos;
únicamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús, el Señor.
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- Les impusieron, pues, las manos y recibieron el Espíritu Santo.
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- Al ver Simón que cuando los apóstoles imponían las manos se impartía el Espíritu, les ofreció dinero,
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- diciendo:
— Concededme también a mí el poder de que, cuando imponga las manos a alguno, reciba el Espíritu Santo.
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- — ¡Al infierno tú y tu dinero! —le contestó Pedro—.
¿Cómo has podido imaginar que el don de Dios es un objeto de compraventa?
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- No es posible que recibas ni tengas parte en este don, pues Dios ve que tus intenciones son torcidas.
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- Arrepiéntete del mal que has hecho y pide al Señor que, si es posible, te perdone el haber abrigado tal pensamiento.
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- Veo que la envidia te corroe y la maldad te tiene encadenado.
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- Simón respondió:
— Orad por mí al Señor para que nada de lo que habéis dicho me suceda.
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- Una vez que Pedro y Juan cumplieron su misión de testigos y proclamaron el mensaje del Señor, emprendieron el regreso a Jerusalén, anunciando de paso la buena noticia en muchas poblaciones samaritanas.
Felipe y el ministro de la reina de Etiopía
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- Un ángel del Señor dio a Felipe estas instrucciones:
— Ponte en camino y dirígete hacia el sur por la ruta que va desde Jerusalén hasta Gaza, la ruta del desierto.
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- Felipe partió sin pérdida de tiempo.
A poco divisó a un hombre, que resultó ser un eunuco etíope, alto funcionario de Candace, reina de Etiopía, de cuyo tesoro era administrador general. Había venido en peregrinación a Jerusalén
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- y ahora, ya de regreso, iba sentado en su carro leyendo el libro del profeta Isaías.
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- El Espíritu dijo a Felipe:
— Adelántate y acércate a ese carro.
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- Felipe corrió hacia el carro y, al oír que su ocupante leía al profeta Isaías, le preguntó:
— ¿Entiendes lo que estás leyendo?
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- El etíope respondió:
— ¿Cómo puedo entenderlo si nadie me lo explica? E invitó a Felipe a subir al carro y sentarse a su lado.
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- El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este:
Como oveja fue llevado al sacrificio; y como cordero que no abre la boca ante el esquilador, tampoco él despegó sus labios.
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- Por ser humilde no se le hizo justicia.
Nadie hablará de su descendencia, porque fue arrancado del mundo de los vivos.
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- El etíope preguntó a Felipe:
— Dime, por favor, ¿de quién habla el profeta, de sí mismo o de otro?
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- Felipe tomó la palabra y, partiendo de este pasaje de la Escritura, le anunció la buena noticia de Jesús.
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- Prosiguieron su camino y, al llegar a un lugar donde había agua, dijo el etíope:
— Mira, aquí hay agua. ¿Hay algún impedimento para bautizarme?
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- El etíope mandó parar el carro;
bajaron ambos al agua y Felipe lo bautizó.
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- Apenas salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y el etíope no volvió a verlo, pero siguió su camino lleno de alegría.
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- Felipe, a su vez, se encontró en Azoto, circunstancia que aprovechó para anunciar la buena noticia en las ciudades por las que fue pasando hasta llegar a Cesarea.
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