De la muerte a la vida

1
Tiempo hubo en que vuestras culpas y pecados os mantenían en estado de muerte.
2
Era el tiempo en que seguíais los torcidos caminos de este mundo y las directrices del que está al frente de las fuerzas invisibles del mal, de ese espíritu que al presente actúa con eficacia entre quienes se hallan en rebeldía contra Dios.
3
Así vivíamos también todos nosotros en el pasado: sometidos a nuestras desordenadas apetencias humanas, obedientes a esos desordenados impulsos del instinto y de la imaginación, y destinados por nuestra condición a experimentar, como los demás, la ira de Dios.
4
Pero la piedad de Dios es grande, e inmenso su amor hacia nosotros.
5
Por eso, aunque estábamos muertos en razón de nuestras culpas, nos hizo revivir junto con Cristo —¡la salvación es pura generosidad de Dios!—,
6
nos resucitó y nos sentó con Cristo Jesús en el cielo.
7
Desplegó así, ante los siglos venideros, toda la impresionante riqueza de su gracia, hecha bondad para nosotros en Cristo Jesús.
8
En efecto, habéis sido salvados gratuitamente mediante la fe.
Y eso no es algo que provenga de vosotros;
es un don de Dios.
9
No es, pues, cuestión de obras humanas, para que nadie pueda presumir.
10
Lo que somos, a Dios se lo debemos.
Él nos ha creado por medio de Cristo Jesús, para que hagamos el bien que Dios mismo nos señaló de antemano como norma de conducta.


Paz y unidad en Cristo

11
Recordad, pues, que vosotros, paganos en otro tiempo por nacimiento y considerados incircuncisos por los llamados circuncisosesos que llevan en su cuerpo una marca hecha por manos humanas
12
estabais en el pasado privados de Cristo, sin derecho a la ciudadanía de Israel, ajenos a las alianzas portadoras de la promesa, sin esperanza y sin Dios en medio del mundo.
13
Ahora, en cambio, injertados en Cristo Jesús y gracias a su muerte, ya no estáis lejos como antes, sino cerca.
14
Cristo es nuestra paz.
Él ha hecho de ambos pueblos uno solo;
él ha derribado el muro de odio que los separaba;
15
él ha puesto fin en su propio cuerpo a la ley mosaica, con sus preceptos y sus normas, y ha creado en su propia persona con los dos pueblos una nueva humanidad, estableciendo la paz.
16
Él ha reconciliado con Dios a ambos pueblos por medio de la cruz, los ha unido en un solo cuerpo y ha destruido así su enemistad.
17
Él ha venido a traer la noticia de la paz: paz para vosotros, los que estabais lejos, y paz también para los que estaban cerca.
18
Unos y otros, gracias a él y unidos en un solo Espíritu, tenemos abierto el camino que conduce al Padre.
19
Ya no sois, por tanto, extranjeros o advenedizos.
Sois conciudadanos de un pueblo consagrado, sois familia de Dios,
20
sois piedras de un edificio construido sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas.
Y Cristo Jesús es la piedra angular
21
en la que todo el edificio queda ensamblado y va creciendo hasta convertirse en templo consagrado al Señor,
22
en el que también vosotros os vais integrando hasta llegar a ser, por medio del Espíritu, casa en la que habita Dios.