La seducción

1
Hijo mío, conserva mis palabras
y guarda en tu interior mis mandatos.
2
Conserva mis mandatos y vivirás,
cuida mi enseñanza como a la niña de tus ojos.
3
Átatelos en tus dedos,
escríbelos en tu mente.
4
Hermánate con la sabiduría
y emparenta con la inteligencia,
5
para que te protejan de la mujer ajena,
de la extraña de palabras seductoras.
6
Un día estaba yo en la ventana de mi casa,
observando entre las rejas;
7
miraba a una pandilla de incautos
y distinguí entre ellos a un joven insensato:
8
cruzó la calle, junto a la esquina,
y se encaminó a la casa de la mujer.
9
Era la hora del ocaso, al caer la tarde,
cuando llega la noche y oscurece.
10
Entonces una mujer le salió al paso
con ropas y ademanes de prostituta.
11
Bullanguera y descarada,
sus pies nunca paran en casa.
12
Un rato en la calle, otro en la plaza,
en cualquier esquina hace la espera.
13
Ella le echó mano, lo besó
y descaradamente le dijo:
14
Tenía prometidos unos sacrificios
y hoy he cumplido mis promesas;
15
por eso he salido a buscarte;
tenía ganas de verte y te he encontrado.
16
He cubierto mi lecho de colchas
y sábanas de lino egipcio;
17
he perfumado mi alcoba con mirra,
con áloe y con canela.
18
Saciémonos de caricias hasta el amanecer
y disfrutemos de los placeres del amor;
19
mi marido no está en casa:
ha emprendido un largo viaje,
20
se ha llevado la bolsa del dinero
y no volverá a casa hasta la luna llena”.
21
Con todas estas artes lo sedujo,
lo rindió con sus labios lisonjeros
22
e inmediatamente él la siguió,
como buey llevado al matadero,
como ciervo atrapado en la red;
23
una flecha le atraviesa las entrañas
y como pájaro cae en la trampa,
sin saber que le va a costar la vida.
24
Y ahora, hijo mío, escúchame
y presta atención a mis palabras:
25
no te dejes arrastrar por ella,
no te extravíes tras sus huellas,
26
porque ha dejado a muchos malheridos
y sus víctimas son muy numerosas.
27
Su casa es el camino del abismo
que baja a la morada de la muerte.