- III.— ISRAEL EN EL PLAN SALVADOR DE DIOS (9—11)
Israel, el elegido de Dios
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- ¡Cristo es testigo de que digo la verdad! Mi conciencia, bajo la guía del Espíritu Santo, me asegura que no miento.
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- Me agobia la tristeza, y un profundo dolor me tortura sin cesar el corazón.
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- Con gusto aceptaría convertirme en objeto de maldición, separado incluso de Cristo, si eso contribuye al bien de mis hermanos de raza.
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- Son descendientes de Israel;
Dios los ha adoptado como hijos y se ha hecho gloriosamente presente en medio de ellos. Les pertenecen la alianza, la ley, el culto y las promesas;
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- son suyos los patriarcas y de ellos, en cuanto hombre, procede Cristo, que es Dios sobre todas las cosas, bendito por siempre.
Amén.
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- Y no es que Dios haya sido infiel a sus promesas.
Lo que sucede es que no todos los que descienden de Israel son israelitas de verdad.
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- Ni tampoco los que descienden de Abrahán son todos hijos auténticos suyos, sino únicamente —como dice la Escritura— a través de Isaac tendrás tu descendencia.
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- Es decir, que no es la simple generación natural la que hace hijos de Dios;
los verdaderos descendientes son los que nacen en virtud de la promesa.
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- Y los términos de la promesa son estos: Yo volveré por este mismo tiempo y Sara tendrá ya un hijo.
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- Está, además, el caso de Rebeca, que tuvo mellizos de un solo hombre, nuestro antepasado Isaac.
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- En efecto, cuando aún no habían nacido y, por tanto, no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que conste que la decisión divina es pura elección
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- y no depende del comportamiento humano, sino de la llamada divina, se dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor.
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- Lo que está en conformidad con la Escritura: Amé a Jacob más que a Esaú.
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- ¿Quiere esto decir que Dios es injusto? ¡De ningún modo!
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- Él fue quien dijo a Moisés: Tendré compasión de quien me plazca y usaré de clemencia con quien quiera.
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- No es, pues, cuestión de querer o de afanarse, sino de que Dios se muestre compasivo.
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- A este respecto dice la Escritura al faraón: Te hice surgir para demostrar en ti mi poder y para hacer famoso mi nombre en toda la tierra.
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- En una palabra, Dios tiene compasión de quien quiere y deja que se obstine a quien le place.
La libertad soberana de Dios
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- Alguien tal vez objetará: Si nadie es capaz de oponerse al plan divino, ¿cómo puede Dios recriminar algo al ser humano?
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- Pero ¿y quién eres tú, mísero mortal, para exigir cuentas a Dios? ¿Le dice acaso la pieza de barro al alfarero: “Por qué me hiciste así”?
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- ¿No tiene facultad el alfarero para hacer del mismo barro un jarrón de lujo o un recipiente ordinario?
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- Así es Dios.
Cuando quiere, muestra su indignación y pone de manifiesto su poder. Pero puede también soportar con toda paciencia a esos que son objeto de indignación y están abocados a la ruina.
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- De este modo manifiesta las riquezas de su gloria en aquellos a quienes hizo objeto de su amor y preparó para esa gloria.
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- Esos somos nosotros, convocados no sólo de entre los judíos, sino también de entre los paganos.
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- Así lo dice el profeta Oseas:
Al que no era mi pueblo lo llamaré “Pueblo mío”, y a la que no era amada la llamaré “Amada mía”.
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- Y donde les dije: “No sois mi pueblo”,
allí serán llamados “hijos del Dios vivo”.
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- Isaías, a su vez, proclama refiriéndose a Israel:
Aunque fueran los israelitas tan numerosos como la arena del mar, solo un resto se salvará.
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- Con prontitud y perfección
va a realizar el Señor su plan sobre la tierra.
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- Y como anunció el mismo Isaías:
Si el Señor del universo no nos hubiera dejado descendencia, habríamos sido como Sodoma, nos habríamos parecido a Gomorra.
Israel y el mensaje de salvación
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- ¿Qué concluir de todo esto? Pues que los no judíos, sin esforzarse en buscar la amistad de Dios, la han encontrado;
hablo de la amistad que se alcanza mediante la fe.
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- En cambio, Israel, afanándose por cumplir una ley que debería llevar al restablecimiento de la amistad divina, ni siquiera consiguió cumplir la ley.
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- ¿Por qué? Pues porque, al prescindir de la fe y apoyarse en el valor de las propias acciones, terminaron por tropezar en aquella piedra
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- de que habla la Escritura:
Mirad, yo coloco en Sión una piedra contra la que podéis tropezar, y una roca que os puede hacer caer. Pero quien ponga su confianza en ella, no quedará defraudado.
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