- Introducción (1,1-7)
Saludo
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- Pablo, apóstol de Jesucristo por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios reunida en Corinto y a todos los creyentes de la entera provincia de Acaya.
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- Que Dios, nuestro Padre, y Jesucristo, el Señor, les concedan gracia y paz.
Acción de gracias
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- Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios que siempre consuela.
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- Él es el que nos conforta en todos nuestros sufrimientos de manera que también nosotros podamos confortar a los que se hallan atribulados, gracias al consuelo que hemos recibido de Dios.
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- Porque, si bien es cierto que como cristianos no nos faltan sufrimientos, no lo es menos que Cristo nos colma de consuelo.
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- Si nos toca sufrir es para que redunde en consuelo y salvación de ustedes;
si recibimos consuelo, es para que también ustedes se animen a soportar los mismos sufrimientos que nosotros soportamos.
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- Tiene, pues, una sólida base nuestra esperanza con respecto a ustedes, por cuanto sabemos que si comparten nuestros sufrimientos, habrán de compartir también nuestro consuelo.
I.— PABLO Y LA IGLESIA DE CORINTO (1,8—2,13) Dificultades superadas en Éfeso
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- Quiero, hermanos, que tengan cumplida información de las dificultades por las que he tenido que pasar en la provincia de Asia.
Me vi abrumado de tal modo y tan por encima de mis fuerzas, que hasta perdí la esperanza de seguir viviendo.
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- Pero si llegué a considerar la sentencia de muerte como algo inevitable, eso me enseñó a no confiar en mí mismo, sino en Dios que resucita a los muertos.
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- Fue él quien me libró de tan graves peligros de muerte;
y continuará librándome, pues he puesto en él la esperanza de que así lo hará.
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- Cuento para ello con la ayuda de sus oraciones;
de esta manera, siendo muchos los que han contribuido a que Dios me conceda su favor, otros tantos serán los que den gracias a Dios por causa de mí.
Pablo cambia sus planes de viaje
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- Si de algo nos sentimos orgullosos es de que la conciencia nos asegura que nuestro comportamiento con todo el mundo, y particularmente con ustedes, ha estado presidido por la sencillez y la franqueza que Dios inspira;
es decir, ha sido fruto del favor divino y no del humano saber.
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- No hay, pues, segundas intenciones en mis cartas.
Y espero que ustedes comprendan del todo
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- lo que ya en parte han comprendido, a saber, que el día en que Jesús, nuestro Señor, se manifieste, ustedes serán motivo de orgullo para nosotros y nosotros lo seremos para ustedes.
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- Tan convencido estaba yo de todo esto, que tenía decidido visitarlos los primeros y hacerles así el obsequio de una doble visita.
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- Pasaría por Corinto en ruta hacia Macedonia, y desde Macedonia regresaría de nuevo a Corinto para que fueran ustedes quienes me encaminaran a Judea.
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- ¿Piensan que proyecté todo esto a la ligera? ¿O que mis planes están guiados por el interés humano hasta el punto de que para mí es igual el “sí” que el “no”?
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- Dios es testigo de que nuestro modo de hablarles no es a la vez un “sí” y un “no”,
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- como no lo es Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien yo, junto con Silvano y Timoteo, anuncié entre ustedes.
En Cristo todo ha sido “sí”,
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- pues todas las promesas de Dios se han hecho realidad en él.
Precisamente por eso, él sustenta el “Amén” con que nosotros glorificamos a Dios.
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- Dios es, por lo demás, quien nos mantiene, tanto a mí como a ustedes, firmemente unidos a Cristo.
Dios nos consagró,
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- nos marcó con su sello e hizo habitar en nosotros al Espíritu como prenda de salvación.
Los motivos del cambio
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- En cuanto a mí, pongo a Dios por testigo —y que me muera si miento— de que, si todavía no he ido a Corinto, ha sido en atención a ustedes.
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- Y no es que pretendamos controlar la fe que ustedes tienen y en la que se mantienen firmes;
lo que deseamos es contribuir a que estén ustedes alegres.
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