- El sacrificio de Cristo, superior a todos los demás
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- La ley de Moisés es sólo una sombra de los bienes futuros y no la realidad misma de las cosas.
Por eso es incapaz de hacer perfectos a quienes, todos los años sin falta, se acercan a ofrecer los mismos sacrificios.
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- Si fuera de otro modo, ya habrían dejado de ofrecer tales sacrificios, pues quienes los ofrecen, una vez limpios, ya no tendrían por qué seguir sintiéndose culpables.
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- Y, sin embargo, año tras año esos sacrificios les recuerdan que siguen bajo el peso del pecado,
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- pues es imposible que la sangre de toros y machos cabríos pueda borrar los pecados.
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- Por eso dice Cristo al entrar en el mundo:
No has querido ofrendas ni sacrificios, sino que me has dotado de un cuerpo.
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- Tampoco han sido de tu agrado
los holocaustos y las víctimas expiatorias.
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- Entonces dije:
Aquí vengo yo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como está escrito acerca de mí en un título del libro.
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- En primer lugar dice que no has querido ni han sido de tu agrado las ofrendas, los sacrificios, los holocaustos y las víctimas expiatorias, —cosas todas que se ofrecen de acuerdo con la ley—.
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- Y a continuación añade: Aquí vengo yo para hacer tu voluntad, con lo que deroga la primera disposición y confiere validez a la segunda.
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- Y al haber cumplido Jesucristo la voluntad de Dios, ofreciendo su propio cuerpo una vez por todas, nosotros hemos quedado consagrados a Dios.
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- Cualquier otro sacerdote desempeña cada día su ministerio ofreciendo una y otra vez los mismos sacrificios que son incapaces de borrar definitivamente los pecados.
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- Cristo, en cambio, después de ofrecer de una vez para siempre un solo sacrificio por el pecado, está sentado junto a Dios.
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- Espera únicamente que Dios ponga a sus enemigos por estrado de sus pies.
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- Y así, ofreciéndose en sacrificio una única vez, ha hecho perfectos de una vez para siempre a cuantos han sido consagrados a Dios.
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- El mismo Espíritu Santo lo atestigua cuando, después de haber dicho:
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- Esta es la alianza que sellaré con ellos
cuando llegue aquel tiempo —dice el Señor—: inculcaré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente.
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- Y añade:
No me acordaré más de sus pecados, ni tampoco de sus iniquidades.
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- Ahora bien, donde el perdón de los pecados es un hecho, ya no hay necesidad de ofrendas por el pecado.
Exhortación a la perseverancia
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- Así pues, hermanos, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario,
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- abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo, es decir, de su propia humanidad.
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- Jesús es, además, el gran sacerdote puesto al frente del pueblo de Dios.
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- Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y lleno de fe, con una conciencia purificada de toda maldad, con el cuerpo bañado en agua pura.
- 23
- Mantengamos fielmente la esperanza que profesamos porque quien ha hecho la promesa es fiel,
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- y estimulémonos mutuamente en la práctica del amor y de las buenas obras.
- 25
- Que nadie deje de asistir a las reuniones de su iglesia, como algunos tienen por costumbre;
al contrario, anímense unos a otros, tanto más cuanto ustedes están viendo que se está acercando el día.
Advertencia contra la apostasía
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- Porque si después de haber conocido la verdad continuamos pecando intencionadamente, ¿qué otro sacrificio podrá perdonar los pecados?
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- Sólo queda la temible espera del juicio y del fuego ardiente que está presto a devorar a los rebeldes.
- 28
- Si uno quebranta la ley de Moisés y dos o tres testigos lo confirman, es condenado a muerte sin compasión.
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- Pues ¡qué decir de quien haya pisoteado al Hijo de Dios, haya profanado la sangre de la alianza con que fue consagrado y haya ultrajado al Espíritu que es fuente de gracia! ¿No merece un castigo mucho más severo?
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- Conocemos, en efecto, a quien ha dicho: A mí me corresponde tomar venganza;
yo daré a cada uno según su merecido. Y también: El Señor es quien juzgará a su pueblo.
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- ¡Tiene que ser terrible caer en las manos del Dios viviente!
Nos espera una gran recompensa
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- Recuerden aquellos días, cuando ustedes apenas acababan de recibir la luz de la fe y tuvieron ya que sostener un encarnizado y doloroso combate.
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- Unos fueron públicamente escarnecidos y sometidos a tormentos;
otros de ustedes se hicieron solidarios con los que así eran maltratados.
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- Se compadecieron ustedes, efectivamente, de los encarcelados y soportaron con alegría que los despojaran de su bienes, seguros como estaban de tener al alcance unos bienes más valiosos y duraderos.
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- No pierdan, pues, el ánimo.
El premio que les espera es grande.
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- Pero es preciso que sean constantes en el cumplimiento de la voluntad de Dios, para que puedan recibir lo prometido.
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- Falta poco, muy poco, para que venga sin retrasarse el que ha de venir.
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- Y aquel a quien he restablecido en mi amistad por medio de la fe, alcanzará la vida;
mas si se acobarda, dejará de agradarme.
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- Nosotros, sin embargo, no somos de los que se acobardan y terminan sucumbiendo.
Somos gente de fe que buscamos salvarnos.
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