- Enseñanza sobre el matrimonio (Mt 19,1-12)
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- Jesús partió de aquel lugar y se fue a la región de Judea situada en la otra orilla del Jordán.
Allí la gente volvió a reunirse a su alrededor, y él, como tenía por costumbre, se puso de nuevo a instruirlos.
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- En esto se le acercaron unos fariseos y, para tenderle una trampa, le preguntaron si está permitido al marido separarse de su mujer.
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- Jesús les contestó:
— ¿Qué les mandó Moisés a ustedes?
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- Ellos dijeron:
— Moisés dispuso que el marido levante acta de divorcio cuando vaya a separarse de su mujer.
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- Jesús entonces les dijo:
— Moisés escribió esa disposición a causa de que ustedes son incapaces de entender los planes de Dios;
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- pero Dios, cuando creó al género humano, los hizo hombre y mujer.
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- Por esta razón, dejará el hombre a sus padres, [se unirá a su mujer]
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- y ambos llegarán a ser como una sola persona.
De modo que ya no son dos personas, sino una sola.
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- Por tanto, lo que Dios ha unido no deben separarlo los humanos.
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- Cuando volvieron de nuevo a casa, los discípulos preguntaron a Jesús qué había querido decir.
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- Él les contestó:
— El que se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera;
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- y si una mujer se separa de su marido y se casa con otro, también comete adulterio.
Jesús bendice a los niños (Mt 19,13-15; Lc 18,15-17)
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- Llevaron unos niños a Jesús para que los bendijese.
Los discípulos reñían a quienes los llevaban;
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- pero Jesús, al verlo, se enojó y les dijo:
— Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el reino de Dios es para los que son como ellos.
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- Les aseguro que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
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- Y estrechaba a los niños entre sus brazos y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
El joven rico (Mt 19,16-30; Lc 18,18-30)
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- Iba Jesús de camino, cuando vino uno corriendo, se arrodilló delante de él y le preguntó:
— Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
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- Jesús le dijo:
— ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solamente Dios.
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- Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no engañes a nadie;
honra a tu padre y a tu madre.
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- El joven respondió:
— Maestro, todo eso lo he guardado desde mi adolescencia.
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- Jesús entonces, mirándolo con afecto, le dijo:
— Una cosa te falta: Ve, vende cuanto posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve y sígueme.
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- Al oír esto, se sintió contrariado y se marchó entristecido, porque era muy rico.
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- Entonces Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos:
— ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!
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- Los discípulos se quedaron asombrados al oír estas palabras.
Pero Jesús repitió: — Hijos míos, ¡qué difícil va a ser entrar en el reino de Dios!
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- Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
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- Con esto, los discípulos quedaron todavía más sorprendidos, y se preguntaban unos a otros:
— En ese caso, ¿quién podrá salvarse?
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- Jesús los miró y les dijo:
— Para los hombres es imposible, pero no lo es para Dios, porque para Dios todo es posible.
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- Pedro le dijo entonces:
— Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte.
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- Jesús le respondió:
— Les aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por causa mía y de la buena noticia,
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- y no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque todo ello sea con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna.
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- Muchos que ahora son primeros, serán los últimos, y muchos que ahora son últimos, serán los primeros.
Jesús anuncia por tercera vez su muerte y su resurrección (Mt 20,17-19; Lc 18,31-34)
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- En el camino que sube hacia Jerusalén, Jesús iba delante de sus discípulos, que estaban admirados;
por su parte, quienes iban detrás estaban asustados. Jesús entonces, llamando de nuevo a los Doce, se puso a hablarles de lo que estaba a punto de sucederle.
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- Les dijo:
— Ya ven ustedes que estamos subiendo a Jerusalén. Allí el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley que lo condenarán a muerte y lo pondrán en manos de extranjeros
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- que se burlarán de él, lo escupirán, lo golpearán y lo matarán.
Pero después de tres días resucitará.
Petición de los hijos de Zebedeo (Mt 20,20-28)
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- Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron:
— Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.
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- Jesús les preguntó:
— ¿Qué quieren que haga por ustedes?
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- Le dijeron:
— Concédenos que nos sentemos junto a ti en tu gloria: el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
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- Jesús les respondió:
— No saben lo que están pidiendo. ¿Pueden ustedes beber la misma copa de amargura que yo estoy bebiendo, o ser bautizados con el mismo bautismo con que yo estoy siendo bautizado?
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- Ellos le contestaron:
— ¡Sí, podemos hacerlo! Jesús les dijo: — Pues bien, beberán de la copa de amargura que yo estoy bebiendo y serán bautizados con mi propio bautismo;
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- pero que se sienten el uno a mi derecha y el otro a mi izquierda, no es cosa mía concederlo;
es para quienes ha sido reservado.
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- Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enfadaron con Santiago y Juan.
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- Entonces Jesús los reunió y les dijo:
— Como muy bien saben ustedes, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente.
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- Pero entre ustedes no debe ser así.
Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás;
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- y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos.
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- Porque así también el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos.
Curación del ciego Bartimeo (Mt 20,29-34; Lc 18,35-43)
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- En esto llegaron a Jericó.
Y más tarde, cuando Jesús salía de allí acompañado de sus discípulos y de otra mucha gente, un ciego llamado Bartimeo (es decir, hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino pidiendo limosna.
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- Al enterarse de que era Jesús de Nazaret quien pasaba, empezó a gritar:
— ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!
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- Muchos le decían que se callara, pero él gritaba cada vez más:
— ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
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- Entonces Jesús se detuvo y dijo:
— Llámenlo. Llamaron al ciego, diciéndole: — Ten confianza, levántate, él te llama.
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- El ciego, arrojando su capa, dio un salto y se acercó a Jesús.
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- Jesús le preguntó:
— ¿Qué quieres que haga por ti? Contestó el ciego: — Maestro, que vuelva a ver.
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- Jesús le dijo:
— Puedes irte. Tu fe te ha salvado. Al punto recobró la vista y siguió a Jesús por el camino.
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