- Vida mediante el Espíritu
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- Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús,
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- pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.
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- En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la *naturaleza pecaminosa anuló su poder;
por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana,
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- a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu.
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- Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza;
en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu.
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- La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz.
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- La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo.
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- Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios.
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- Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes.
Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.
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- Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia.
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- Y si el Espíritu de aquel que *levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.
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- Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa.
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- Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán;
pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán.
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- Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
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- Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡*Abba! ¡Padre!»
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- El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.
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- Y si somos hijos, somos herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria.
La gloria futura
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- De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros.
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- La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios,
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- porque fue sometida a la frustración.
Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza
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- de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
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- Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto.
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- Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las *primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo.
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- Porque en esa esperanza fuimos salvados.
Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?
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- Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia.
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- Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos.
No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.
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- Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los *creyentes conforme a la voluntad de Dios.
Más que vencedores
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- Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.
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- Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
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- A los que predestinó, también los llamó;
a los que llamó, también los *justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
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- ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?
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- El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?
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- ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica.
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- ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso *resucitó, y está a la *derecha de Dios e intercede por nosotros.
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- ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?
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- Así está escrito:
«Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!»
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- Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
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- Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes,
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- ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
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