- Saludo
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- Yo, Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, envío un saludo a ustedes, que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han alcanzado una fe tan preciosa como la nuestra.
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- Que la gracia y la paz les sea multiplicada por medio del conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.
Partícipes de la naturaleza divina
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- Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia.
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- Por medio de ellas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, puesto que han huido de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos.
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- Por eso, ustedes deben esforzarse por añadir virtud a su fe, conocimiento a su virtud,
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- dominio propio al conocimiento;
paciencia al dominio propio, piedad a la paciencia,
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- afecto fraternal a la piedad, y amor al afecto fraternal.
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- Si todo esto abunda en ustedes, serán muy útiles y productivos en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
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- Quien no tiene todo esto es corto de vista, o ciego, y ha olvidado que sus antiguos pecados fueron limpiados.
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- Por eso, hermanos, procuren fortalecer su llamado y elección.
Si hacen esto, jamás caerán.
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- De esta manera se les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
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- Por esta razón siempre habré de recordarles estas cosas, aun cuando ya las sepan y estén firmemente afianzados en la verdad que han recibido.
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- Mientras yo tenga vida, es mi obligación animarlos y recordarles todo esto,
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- pues sé que pronto tendré que abandonar este cuerpo, tal y como nuestro Señor Jesucristo me lo ha hecho saber.
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- También debo esforzarme para que después de mi partida ustedes puedan tener siempre presentes todas estas cosas.
Testigos presenciales de la gloria de Cristo
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- Porque, cuando les hicimos saber que nuestro Señor Jesucristo vendrá con todo su poder, no lo hicimos siguiendo fábulas artificiosas, sino como quienes han visto su majestad con sus propios ojos.
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- Pues cuando él recibió de Dios Padre la honra y la gloria, desde la magnífica gloria le fue enviada una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco.»
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- Y nosotros oímos esa voz que venía del cielo, mientras estábamos con él en el monte santo.
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- Además, contamos con la muy confiable palabra profética, a la cual ustedes hacen bien en atender, que es como una antorcha que alumbra en la oscuridad, hasta que aclare el día y el lucero de la mañana salga en el corazón de ustedes.
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- Pero antes que nada deben entender esto: Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,
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- porque la profecía nunca estuvo bajo el control de la voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron bajo el control del Espíritu Santo.
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