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- La noticia de que Dios había secado las aguas del Jordán llegó hasta los reyes de los amorreos que estaban al oeste del Jordán, y hasta los reyes de los cananeos.
Cuando se enteraron de que todo el pueblo de Israel había cruzado el río a pie, les entró mucho miedo y no querían enfrentarse a él.
La circuncisión en Guilgal
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- Dios le habló a Josué y le dijo: «Ordena que se fabriquen unos cuchillos de piedra, y circuncida a los israelitas».
- 3
- Josué hizo lo que Dios le había mandado, y todavía hoy el lugar donde se celebró esa ceremonia se llama Monte Aralot.
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- Fue necesario hacer esto porque todos los israelitas adultos que habían sido circuncidados antes de salir de Egipto ya habían muerto en el desierto.
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- Todos los hombres y muchachos que habían salido de Egipto ya estaban circuncidados.
Pero con los que nacieron en el desierto no se había llevado a cabo esta ceremonia.
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- Como los israelitas anduvieron cuarenta años por el desierto, ya habían muerto todos los adultos que habían salido de Egipto.
Esa gente había desobedecido a Dios, y por eso, él juró que no les dejaría ver la fértil tierra que había prometido dar a sus antepasados, donde siempre hay abundancia de alimentos.
- 7
- Así que Josué circuncidó a los hijos de ellos, porque durante la marcha no se había llevado a cabo esa ceremonia.
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- Después de la circuncisión, todos se quedaron en el campamento hasta que sanaron de sus heridas.
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- Entonces Dios le dijo a Josué: «Ya les he quitado la vergüenza de haber sido esclavos en Egipto».
Por eso hasta hoy ese lugar se llama Guilgal.
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- Los israelitas celebraron la Pascua al caer la tarde del día catorce del mes de Abib, mientras estaban acampados en Guilgal, en la llanura cercana a Jericó.
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- Al día siguiente comieron por primera vez de lo que producía la tierra de Canaán: granos de trigo horneados y pan sin levadura.
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- Ese mismo día el maná dejó de caer.
Los israelitas ya no comieron más maná, sino que se alimentaron de lo que producía la tierra de Canaán.
Josué y el hombre con una espada
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- Cierto día, cuando todavía estaban acampando cerca de Jericó, Josué vio de pie, delante de él, a un hombre con una espada en la mano.
Josué se acercó y le preguntó: —¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?
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- —Ni lo uno ni lo otro —respondió el hombre—.
Yo soy el jefe del ejército de Dios. Y aquí me tienes. Josué cayó de rodillas, y con gran reverencia se inclinó hasta el suelo y le dijo: —Estoy a tus órdenes. Haré cualquier cosa que me pidas.
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- El jefe del ejército de Dios le dijo entonces a Josué:
—Quítate las sandalias, porque estás pisando un lugar santo. Y Josué se descalzó.
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